martes, 31 de marzo de 2015

Las niñas de la calle Nihuanucúm

Las niñas de la calle Nihuanucúm son lo más hermoso sobre la tierra, cuándo casi recién salidas de la ducha se remojan con los primeros rayos del sol antes de las siete de la mañana, en sus cabellos llevan el aroma fresco que tienen las novias enamoradas, llevan carmín en los labios que sonríen muy poco y tímidamente, y tienen una mirada serena que usan como para invocar. Sus ojos dan reflejo a todo cuánto pasa en la acera, y regalan un gesto como para decirte lo mal que te ves hoy: Una espalda más erguida que lo habitual, el cabello de espanto y unas ojeras que dan fecha a la pesadumbre.

Todas esas niñas van rumbo a la escuela con más amor que entusiasmo, partiendo el aire con cuchilladas de amor. Ya la noche anterior han ensayado esas muecas frente a un espejo acostumbrado al desaire y a las lágrimas.

Con el pretexto de ir al baño (de dos en dos, por supuesto) se pasean por la plaza central comunicando que han estado solas la noche anterior, y la anterior, y una antes de la anterior y que ahora están dispuestas a descubrir nuevos sabores de besos, nuevas palabras de amor, nuevos días, otras noches.

Ya dentro de clase, ellas cambian la actitud, el cambio es más notorio que el que existe entre su casa y la calle.
Obstruidas y sorprendidas por un par de horas de matemáticas, calibran después un rojo carmín, un último toque antes de salir y pasearse frente a los jardines y salones que están llenos de chicos que celebran para  su coquetería con silbidos agudos y vulgares piropos; pero ellas solamente ríen y lo disfrutan sin voltear o prestar una mirada a los ojos encantados por sus labios rojos. Y lentamente como huyendo de la prisa que hay alrededor de los pasillos, se van llenando sus almas de amor, y sus egos florecen con estupor.

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